Nuevo horario

Nuevo horario en Franco Molina.
Hemos cambiado el horario de apertura de nuestra empresa. A partir del 18 de mayo de 2015 estaremos a tu disposición:

RELOJ

Por la mañanas de 9 a 14 horas.
Tardes de 16 a19 horas.
De lunes a viernes. El sábado cerrado.

Hippies

Elvira y Adelina, dos mujeres hechas, madres cincuentonas, miran sin pudor ni complejos, -sin torpeza- a este cuarteto de holandeses, que asomados al litoral, lucen y ejercen su hippismo veraniego; acodadas en la proximidad están dispuestas a protagonizar un interrogatorio benévolo, aunque sea sordo o afónico. En el Benelux, en Amsterdam por ejemplo, es fácil encontrar en la barra de algún pub, a alguno de ellos, ahora ya maduros, que te hablan en español de esos pueblos costeros de su juventud. En esta época, año 1969, en las provincias de interior no se veían ni por supuesto habitaban hippies; como mucho en Barbastro, por ejemplo, te encontrabas con algún moderno, o estrafalario o raro. De estos había en todas partes. Luis Carandell decía que el hippie en España era “casi una postura heroica”; lo que abundaba eran los hippies de temporada. La apostura para ir a Ibiza unos días, fumar, beber y vivir tu hazaña. Estos de la fotografía no se defienden de la probabilidad de ser observador, más bien lo buscan, excepto la que se esconde detrás del otro.
El fotógrafo captura a estas mujeres en el centro de la imagen, -ese era su propósito- como protagonistas de la escena, un protagonismo trasversal, compartido con los otros, los hippies; no está probado que lo fueran, aunque sea creíble; tal vez fueran de pacotilla. Ellas, las mujeres procaces que miran, se sujetaron el pelo que el viento cruzado despeinó, el viento que entró por las ventanillas abiertas del coche. Ambas se acercan para asegurar la posición y observar con deleite; una lo hace con cinta blanca y bolsillo de ojal con solapa y la otra con horquilla grande y brazos cruzados. La primera es de Campo la otra es turolense.
Esa misma noche, en la tertulia nocturna de “los Osca”, hablaron de esos hippies que se encontraron en la Rambla de Villanueva y la Geltrú, mientras esperaban que pasara la cabalgata. Solas en esa rambla repleta de gentío, perseguidas por el fotógrafo hasta el muelle de los pescadores, hasta el museo del ferrocarril. Un retratista fotógrafo profesional y francés. Ellas solo hablaron de esos desastrados: del que iba descalzo, del de las gafas sin camisa, de la chica con las rodillas deformes. Después solo el pitido lejano y agónico de algún tren rompió el silencio pausado de la noche.
En la botiga del fondo, bajo unas letras deslucidas, en la bodega bajo el rótulo en cursiva, en la oscuridad de ese celler, se descubre un rostro espectral que mira al autor de la imagen, que nos mira a todos nosotros.  Articulo publicado en El Cruzado Aragonés el día 14 de agosto de 2014. Por Francisco Molina Solana

100 euros aportación empresarial a la Seg.Social.Medidas para favorecer la contratación indefinida.


A partir del 25 de febrero  y hasta el 31 de diciembre de 2014, en  los supuestos de contratación indefinida, la aportación empresarial a la Seguridad Social por contingencias comunes se reducirá, a las siguientes cuantías:

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El Club Universo

Artículo publicado en El Cruzado Aragonés el día 13 de diciembre de 2013. Por Francisco Molina Solana.

Pasar por delante de los espejos de la sastrería Román era una virguería, una atracción de feria, un juego de la geometría que reflejaba figuras deformes en lunas cóncavas o convexas; nadie se resistía a asomarse o ponerse delante de ellos: los soldados de los cuarteles se mostraban por si se reconocían, los niños lo hacían apiñados y muertos de risa, los comarcanos se sonreían; eran un motivo para acordarse de Barbastro. Este sastre se instaló en nuestra ciudad después de aprender el oficio en Barcelona y pasar por París, y lo hizo en la Plaza del Mercado, después abrió taller en la primera planta de casa Palá, una estancia con techos altos y suelo ajedrezado – pienso. La tienda del Coso la inauguró el mismo año que se funda la peña Ferranca, con esos cristales que Martín Pera enmarcó para resistir  la intemperie, roturas y algún intento de robo; espejos  para el recuerdo colectivo que  conserva su hijo Victor.

Pasar por delante de los expositores giratorios  de la papelería Moises y darles un impulso era obligado. Esta papelería abierta en 1936 tenía una puerta con cristales de colores, una vidriera con formas cuadriláteras, sucesión de cuadrados y rectángulos; en su interior estanterías con anaqueles repletos de artículos -en lo más alto papel higiénico “El Elefante”- y el suelo de madera: largas tablas que crujían; lo más vendido: cuartillas y sobres, sobres de todos los tamaños y formas, sobres y cuartillas de luto. Se vendían libros de contabilidad, carteras escolares para todo el bachillerato, revistas de corte y confección; las plumas estilográficas, los bolígrafos Parker y Montblanc eran de estraperlo, efecto de la autarquía –cuando llegaba el viajante, precedido de una tarjeta postal que lo anunciaba,  descubría  un muestrario que ocultaba en el envés del abrigo para elección del comerciante-. Después con los años las estanterías ocuparon  el perímetro del local y quedaron repletas de libros, se convirtió en una librería minúscula, una librería de record Guinness; record de venta por metro cuadrado, desde entonces la llamamos “La Moisería”. Los expositores giratorios para postales, junto con los espejos de la sastrería Román y las motos aparcadas en la misma acera, permanecieron en esa reducida plaza sin nombre, flanqueada por el Hotel San Ramón, hasta que todo se difuminó.

Como  “El Paseante” de Siruela transito por las calles del recuerdo, un viaje conceptual sin itinerario, un espacio voluble sin proscripción, sin mala reputación -me viene a la memoria la letra de esa canción de Paco Ibañez, y la recuerdo con claridad: su contenido y el ritmo-  no me azoran los proscritos, temo al que proscribe, por eso elijo  solo los caminos que conducen al sur; ese viaje lo inicié desde edad temprana, cuando hablaba del iconoclasta sin medir su dimensión, su peso; es cuando  jugábamos a los futbolines, lo más parecido a un deporte que he practicado con destreza, íbamos al Club Universo: jugábamos a los futbolines, escuchábamos la música del tocadiscos y nos sentábamos en las barandillas del Coso; largas horas de verano sentados sin hacer nada, una existencia marcada por las campanas de la Catedral: las campanadas de las dos de la tarde, las campanas timbradas de las nueve de la noche. Por ese local ya habían pasado otros negocios: la exposición de vehículos de la Renault, el bar de la Auxini -la del pantano del Grado, la de los riegos del Alto Aragón-, el local del Auxilio Social durante los primeros años de la post guerra, y antes el Casino de Barbastro. En el local de Miguel Nadal solo se jugaba con futbolines de tipo  Español, llamados de dos piernas, para diferenciarlos del  Internacional o de una pierna. Los jugadores montados en las barras rotantes tenían las piernas separadas: recogían mejor la bola, facilitaban el regate, imprimían mayor ritmo al juego, eran jugadores más fogueados; esas figuras con una mesa de juego de mayor superficie y tablero de uralita producían un ruido atronador. Jugar allí y mover las palancas con soltura requería concentración, seguir la trayectoria de la bola, reflejos; cuando queríamos jugar bien, cuando competíamos en campeonatos de salón, el Universo era nuestro estadio; el Oroel o el Tran Club eran escenarios light.

La Floresta

La Floresta

En la fachada tendida a la Carretera de Huesca, Francisco Zueras dibujó con letra redondilla “La Floresta”, lejos del triunfo de la letra  mayúscula, subido a un andamio, cómo en otras ocasiones, cómo en la bóveda de la iglesia de los escolapios o cuando pintaba el anuncio de “El placer de vivir de chocolates Acín”; calor de hogar en un dibujo, en una  imagen. Los hermanos  Zueras vivían en el Coso, negociaban con las rotulaciones, la pintura industrial, el arte comercial, decían; Francisco daba lecciones de dibujo lineal y artístico,  por las tardes su madre  Adelaida  Torrens subía a la tertulia de la Merced, entre sol y sombras, con Jesusa Lacoma.

La Floresta: ingenio impulsado por Santiago Plana, que la concibió movido por su  innata inquietud junto con Lorenzo Pascau  y Julián Jordán, con más sentido lúdico que crematístico. Juntos formaron una empresa, alquilaron a Ramón Valle unas fajas de tierra situadas en una atalaya natural, y las transformaron en una terraza de verano; una pista de baile ajardinada y distinguida, asomada a la ciudad, desde la que se vislumbraba el barrio del Entremuro en la oscuridad de la noche; todavía no se había construido ninguno de los edificios que ahora la envuelven; ¡la mejor de la provincia! Desde este balcón, procuraron prestigio para la ciudad y a su burguesía de pequeño comercio. Un jardín escalonado con una magnífica iluminación,  para bailar pasodobles y boleros entre veladores, tomar champan semi-seco en copa baja, champan nacional, botellas de cava servidas entre servilletas blancas; bailar, ver y ser visto, pasear  entre los rosales con las mejores galas. Este sueño se hizo realidad en el año 1946.

 La década de los 50-60 fue la época dorada de las orquestas, en nuestro entorno se crearon varias; Santiago Plana consiguió que la orquesta barbastrense Monterrey se creara para actuar en La Floresta  con dedicación; incorporaba un vocalista masculino, algo inusual. Ritmos de pasodoble y bolero que quedaron varados por la irrupción de la balada italiana y la música anglosajona. Aunque su mayor triunfo fue  convencer a Jorge Sepúlveda, contable antes que cantor, en la cima de su popularidad, para actuar en Barbastro, en La Floresta; exigió una megafonía afinada, como su voz, timbrada para huir de la partida doble, de los libros oficiales;  examen para los técnicos de sonido: Ubaldo Ortin y Benito Ribera. Esta fue  la primera  noche estelar; después ya con la SMA proliferaron las primeras estrellas en esta pista de verano.  Además La Floresta ofrecía pista de patinaje sobre ruedas y a partir de 1953 una  bolera, donde se celebraban campeonatos provinciales.

Santiago Plana  se establece en Barbastro de la mano de su madre, con las Sederías Goya- Viuda de Plana, con el carácter de sucesión que aporta este adjetivo, en una época donde las viudas reemplazan a sus maridos, avezados comerciantes que no sobreviven a sus negocios, que mueren en la guerra o después, en la posguerra, que lucharon contra todo,  en continua batalla consigo mismos. Este comerciante siempre mostró una imaginación desbordante que aplicaba a los detalles de su negocio: los escaparates, los tejidos y prendas que compraba para vender, en los textos y diseño de la publicidad del establecimiento, en los que se refería y hablaba, en prolijas narraciones, del Valor inapreciable, o el Principio del bien vestir, para ensalzar sus mercancías.

En los sesenta La Floresta continúa de la mano de la S.M.A. y su presidente José María Mata, en la que se sucedieron actuaciones que conmocionaron a la población, su comarca y la provincia.

La Floresta y Genoveva, llenan un mismo espacio en mi memoria,  ocupaban nuestro territorio de juegos, donde Genoveva, viuda de Valle, guardiana de la fuente de colores, imponía sus reglas e impartía justicia.

Francisco Molina Solana.Articulo Publicado en El Cruzado Aragonés del día 4 de octubre de 2013.