Harri

Francisco Molina Solana. El Cruzado Aragonés. Extra 2013.

Lo conocí en el año 1975, todavía trabajaba en la gestoría; subimos a la oficina con su sobrino,  preparábamos la gala de Santo Tomás, estábamos en la leonera, pero no pasamos del despacho, que separaba con una cortina de lamas rígidas; le pedimos que nos hiciera una composición para la velada que se celebraría en el Teatro Principal. Inmediatamente me ordenó  que me pusiera delante de la máquina de escribir y que mecanografiara cuanto me dictara; un dictado improvisado que requería mucha atención, no  perdonaba la más ligera falta ortográfica, para las otras: las mecanográficas, era muy permisivo. En un instante bajábamos por las escaleras con la composición en el bolsillo. La palabra conductora sobre la que se alcanzaba la rima era Vick Vaporub – sí, aquel ungüento o bálsamo  azulado que se aplicaba sobre el pecho- . De aquella casa me chocaba  la puerta del patio  siempre abierta, creo que por efecto de aquellos años en los que la emisora de Radio Juventud de Barbastro, la gestoría y  después la oficina del Corredor de Comercio, -donde se firmaban pólizas de préstamos y créditos, que no son lo mismo, aunque en caso de impago tengan el mismo efecto demoledor-, exigían un acceso sin dificultad ni preámbulos; también recuerdo los peldaños de madera de la escalera a partir del primer piso; -resultaría difícil subirlas sin ser escuchado-, pensaba.

Cuando estuve en la Línea de la Concepción, casi en la calle Gibraltar, – aquella por la que venía Joselito, en la canción de Raphael-  recibí una carta suya con un elegante membrete al dorso, en el que destacaba su nombre, su profesión y  la ciudad; un sobre de palpable gramaje, como los que utilizaban  los notarios o los cardiólogos notables. “ Paco: la enaneria te escribe entre recuerdos cercanos”…… –durante aquellos años, en el mes de septiembre nos entreteníamos en el bar Victoria al mediodía-  ……”que buenas son la gambas del Victoria, ¡que buenas son, sino dieran picazón! He tenido que prescindir de ellas y de la cerveza porque las noches eran infernales.”  Era septiembre, después de las Fiestas, un mes en el que se disfrutaba del incipiente otoño del Somontano, días de asueto previos al inicio del curso académico, con un Harri fraternal, distendido, incluso diría que algo aletargado.  La carta se interrumpía con: “Me canso. Saludos. Abrazos.”

Ya se ha escrito sobre Enrique Gómez, Harri,  Jarri, o a veces  Harry, aunque él siempre  puntualizó que con i latina; lo han hecho y muy bien, entre otros,  Mariano Gistaín o Manuel Vilas; ahora que me asomo protegido en mi sección: Un instante muchas vidas, me siento en la necesidad de contar. Recuerdo lo sustancial, el ambiente que generaba a su alrededor, cómo narraba sin esfuerzo y con precisión cualquier circunstancia, cómo leía sus cosas: recitando con deliberada entonación nostálgica; cómo la puerta de su casa permanecía siempre abierta, la del patio también, ya lo he dicho; cómo te acogía y te hacía sentar en un sillón, en el que solo podías estar  recostado,  en un sillón cuyo  asiento rozaba el suelo, desde el que escuchabas  con comodidad su conversación, o no, o la conversación que mantenía con los que salían por la  televisión, mientras bebías una cerveza helada en una copa balón casi opaca; desde donde veías su videoteca, ahora ya inútil, por los avances tecnológicos, ¡maldita obsolescencia!  Cinco mil vídeos  de películas grabados con  poca paciencia, nunca la tuvo; ¡su herencia malograda! Eran cifras importantes, como el número de las fichas de la Biblioteca, o las de las reseñas, críticas y films; le gustaba llevar cuentas, sería  fruto  de los años que trabajó en su gestoría, como profesional titulado y colegiado; -me cuesta trabajo imaginar a Harri suscribiendo pólizas de seguros-. De aquella época  conservaba unos cuantos archivadores metálicos de grandes dimensiones, que le servían de caja fuerte; nos hacía demostraciones de su funcionamiento: en el cajón de la F, expediente 89125693; era como cuando probaba la rapidez con la que encontraba un libro en la biblioteca.

La Biblioteca Municipal se inauguró, como era obligado, un 18 de julio, en este caso del año 1950, ocupando los bajos de la entonces llamada: casa de los Argensola. La recuerdo a principios de los setenta  envuelta en una atmósfera algo hostil, alimentada por una férrea disciplina y una decoración rigurosa, casi monacal. Creo que fue en el año 79 cuando, por oposición, Harri se hizo cargo de la Biblioteca Municipal, liberándose definitivamente de la gestoría, su particular tributo. La biblioteca transformada en un local cálido y acogedor, vigilada por la severa mirada de un Joaquín Costa  representado en un cuadro del pintor barbastrense  Tomás Fierro, le proveyó de tranquilidad económica y desarrollo profesional,  hasta su jubilación en el año 1992; hasta ese día disfrutó con su trabajo azuzado por las visitas de sus amigos, su tono vital y la nicotina de los ducados internacional.

Ahora miro y releo la esquela publicada en el Cruzado Aragonés o el recordatorio donde dice, de la forma más aséptica y ortodoxa posible, que falleció el 3 de julio de 1996, sin alusión alguna a su verdadero nombre Harri, sin mención a su talante,  a su genio, a su persona, su verdadera obra. Sin embargo en las esquelas que coleccionada mi vecino José Monterde,  se recogían peculiaridades, en todas ellas, por eso las reunía; eran epitafios perversos, comentarios de esposas aliviadas, referencias profesionales o artísticas, combinaciones de apellidos jocosas, familiares díscolos  …..; tenía un gran número de ellas, pero  el azar jugó su baza, y desaparecieron. Esta familia barcelonesa  llevó una vida singular, sus padres habían  formado un grupo de varietés llamado Les Leoni: notables duetistas  a voz y dicción, que representaban números finos y elegantes, con una rica presentación, como rezaban los anuncios publicitarios; actuaron por todo el país, también lo hicieron en Barbastro, en el Teatro Principal para el día 8 de enero de 1911. Después de la Guerra Civil se trasladan  a nuestra ciudad. Es cuando Ramona, nacida en el Entremuro y esposa  de José Monterde  vivió una ráfaga de vida intensa, en la que  viajó con su marido y sus suegros, cómicos de profesión y viajantes por necesidad,  por todo el país en los años de la posguerra; serán recuerdos, antídotos contra la férula de la edad tardía.

 Where’s Harri? Esta es la pregunta que hicieron unos amigos de París, al entrar en el bar Victoria; nadie supo qué contestar, ni siquiera Cuqui; al cabo entró Harrí:  this is Harri!, this is Harri!,   gritaron los foráneos y repitieron los presentes. Así es cómo Enrique Gómez  se quedó con  Harri para siempre.  Cuando se jubiló  publicó un artículo en el extra del Cruzado que concluyó diciendo: “Puedo meterme en un caparazón y la biblioteca no me necesitará para nada. Pero algunos días volveré a asomarme a ese pozo de sabiduría. Me inclinaré en su brocal y le preguntaré si se acuerda de mí. Es muy probable que diga que, no. Porque, parodiando a Jardiel, la vida no tiene ni freno ni marcha atrás”

Published by Zeus