Artículo publicado en el Cruzado Aragonés el 03.05.2013, en la sección: Un instante, muchas vidas, por Francisco Molina Solana. Fragmento
Entre el observador y la fotografía siempre hay un grado de interacción; si ésta recoge una imagen de nuestro entorno más Íntimo, de nuestra población, por ejemplo, el componente emocional adquiere primacía. Pero, ¿este proceso puede repetirse hasta el infinito, es decir, hasta la saciedad? Las imágenes – llamémoslas amables- de otros tiempos, nos atraen, nos liberan, nos sinceran o simplemente nos entretienen, pero ¿son tan inocuas como pensamos? La memoria, plena de recuerdos no del todo objetivos, como un sol decembrino nos lleva por caminos aparentemente luminosos, y si no lo impedimos a la nostalgia, tan adictiva como estocástica.
Y si al azar nos referimos, destacaremos de esta imagen tomada desde la Barbacana, en la década de los veinte del siglo pasado, el Circulo La Amistad, donde entre otras muchas actividades se jugaba a la ruleta, al bacarrá…. En realidad solo se aprecia un templete de los espléndidos jardines situados a considerable altura sobre el rio Vero, protegidos del abismo por un ligero pretil. Durante la época estival se daban elegantes bailes en el jardín y en sus lujosos salones. El Circulo La Amistad, ya existía en la segunda mitad del siglo XIX; ocupaba una amplia casa señorial con entrada enfrente del Palacio Episcopal, con una rica escalera imperial que daba acceso a unos salones amplios y de ecléctica decoración. Este edificio había pertenecido, desde el siglo XVI , a la familia Pueyo y en su fachada campeó el escudo de la familia hasta la década de los setenta del siglo pasado; cuando los descendientes se trasladan a Zaragoza, es cuando se instala el Circulo La Amistad, y más tarde las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Contiguo, el edificio de la Casa Consistorial, del que se aprecia uno de las torres y la fachada posterior, la del río; el edificio primigenio fue construido en el XV, por el alarife del Rey Fernando el Católico. Malogrado edificio que sucumbió ante la reconstrucción llevada a cabo en los años cincuenta del siglo XX, con el resultado que conocemos.
En la plaza Guisar destaca la fábrica de harinas de Manuel Español Castro; en este emplazamiento, con anterioridad, un molino maquilero hacía moliendas a cambio de una porción del grano, su maquila. Colindante al ahora llamado Moliné, en el número 4 de la plaza, la tienda de comestibles, vinos y aguardientes de Antonio Bistuer Domper, y la fábrica de gaseosas de Gregorio Micas Villamana, ya al borde del cauce del rio, completan la imagen.
Más allá del arrabal, resalta una línea verde que asciende por la carretera de Graus; por esta vía flanqueada por árboles, convertida en un agradable paseo hasta la acequia, transitaban los paseantes que la ocupaban sin temor al tráfico. En lo alto de la cuesta en 1942 se construye la casa de la familia Lacambra. Al inicio de la misma el asturiano Antonio del Valle Cueto, casado con la benabarrense Rosa Abbad Caso, levanta una vivienda en la finca recién adquirida; una villa neoclásica, con elementos modernista, edificada en 1914, y un jardín donde unos cipreses, con su longevidad romperán el horizonte; también en la instantánea se descubre la villa Adela, al borde de la actual calle Torreciudad. Todas estas edificaciones perduran y singularizan la fisionomía arquitectónica de la ciudad.
En lo alto de un árido altozano la retirada ermita de San Ramón aguarda mejores épocas.
Otro día hablaremos de los proscritos, del archivo fotográfico y documental de la Asociación de Comerciantes de Barbastro, del museo de la historia del comercio que pudo ser, y que debiera ser, del trabajo inconcluso de personas que creyeron, de nuestra tierra.