Si ahora quisiera ejercitar la nostalgia, buscaría apoyo en una imagen como esta, las he visto similares en portadas de libros, con la niebla adquiriendo protagonismo; cuando caía sobre Barbastro, en mayor o menor medida, permanecía durante semanas, incluso meses; era un fenómeno recurrente.
La luz de esa mañana permitió al fotógrafo tomar esta fotografía de un Coso: níveo, desolado, y silente; un día no lectivo en la década de los veinte del siglo pasado. Al fondo, entre la neblina, se descubre la silueta de la iglesia del antiguo convento de los Paúles, donde se ubicaba el seminario conciliar. Estos bancos metálicos que observamos sobre el paseo perduraron hasta que, durante la Segunda República, se sustituyeron por otros de cemento, y colocaron la barandilla de doble tubo metálica; los árboles se plantaron en 1886 siendo alcalde Ignacio Sambeat.
El Coso, construido en 1848, es el resultado de la elevación del túnel por el que transcurre soterrada, la alcantarilla mayor, desde el paseo hasta el río Vero; un entorno degradado, antiestético, lo que era un barranco fétido quedó convertido en un paseo agradable, y con el tiempo, en el salón de la ciudad. Era una ambición más allá de lo estético, un anhelo de la burguesía.
En 1921 José Otto Pala y Justo Fernández Aguas ostentan la titularidad de sendas farmacias, el primero en la derecha de la imagen, la acera de los números pares, en el 10, hasta su fallecimiento a finales de los cincuenta, cuando se instalan en la farmacia el matrimonio Sereno-Montagut, y el segundo al otro lado, en el número 7. También en la acera de los impares, Emilio Gabas, en el 13, vende y fabrica ataúdes a medida y hace de carpintero.
Pedro Frago ocupaba los bajos del número 22 del Coso, para ejercer de albarquero; esa casa fue destruida por una bomba durante la Guerra Civil, en ella nació el alcalde Rafael Fernández de Vega; concluida la contienda el matrimonio formado por Ramón Cladelles y Cinta Curto, adquieren el solar y edifican la que llamamos casa Borruel.
En la década de los treinta a ambos extremos del coso se situaban el Casino de La Peña, en el actual edificio de Ibercaja, y el Casino de Barbastro en el edificio situado en la misma acera, al otro extremo, a ese edificio se le conocía como Casa Oncenon; al término de la guerra civil Serafín Bistue Villar y Adela Solanilla Abizanda, adquieren la finca, la restauran y modernizan el aspecto de la fachada; durante un tiempo albergó los comedores infantiles de Auxilio Social. La fontanería de José Bardina, ocupó los bajos del número 14 del paseo, también trabajaba con bombas de presión, aparatos sanitarios y proyectores de cine; en 1939 José Vidal alquila el local y se establece con el negocio de motocicletas La Unión.
En 1930 Antonio Valle Carruesco arrienda, por ochenta pesetas al mes, el local del edificio de su propiedad en el Coso 21, -donde había mantenido un negocio de ventas de materiales de construcción- a Cristino Larruga, para el bar Victoria, que pondría de moda el vermú y la banderilla. En el paseo, desde que se establecieron los primeros casinos y cafeterías, se colocaron veladores. En los del Victoria, a partir de los cincuenta, y durante años se reunió la tertulia capitaneada por Vladimiro Salinas y a la que asistían asiduamente: Francisco Zueras, Ángel Tornés, José María Pueyo, el doctor Naval, entre otros. Don Vladi acostumbraba a dibujar directamente sobre el mármol de los veladores. Los críos del barrio, en la década de los sesenta, quedábamos al acecho para admirar aquellos fugaces dibujos.
Saturnino Arilla se estableció también en el Coso, en La Paz, hasta el año 1945 que se trasladó al Hotel Europa; ese mismo año se sustituyó el suelo de arenilla y guijarros del paseo, por un pavimento de losetas, obra de Clavería; era alcalde José María Nerín.
Ahora no hablaré de Harry Gómez y su geografía personal o sentimental, que de las dos formas la llamó; emotiva, magistral, efímera e inconclusa, con un capítulo dedicado al Coso; nada digo de la parte de afuera, por donde aparcan los taxis, más segura para los transeúntes que huyen del fuego cruzado de las miradas, ni de los camareros que sortean vehículos, ni del niño enroscado en la barandilla, ni de la música añeja de la Peña Taurina; nada voy a decir de todo esto; ya lo dejó escrito nuestro amigo.
Articulo publicado en el Cruzado Aragones del 22 de marzo 2013. Un instante, muchas vidas. Por Francisco Molina Solana.